lunes, 18 de diciembre de 2017

LA BOTELLA QUE SABÍA DEMASIADO

Yo estaba tan tranquila, encima de la mesa, disfrutando de la calidez del sol que entraba por la ventana. Vi como los dos entraban en la clase de 6º B, hablando de no sé qué "estándares de evaluación". De pronto, ella se acercó y me cogió para verme más de cerca.

- ¿Sabes de quién es esta botella? -le preguntó a su compañero mientras intentaba descifrar la palabra escrita en mi tapón-. No se entiende lo que pone...  dorellín o algo así. ¿La tiro?

Solo de imaginarme en la papelera junto con los grasientos envoltorios de los bocadillos y las virutas de los lápices y ceras, sentí como un escalofrío me recorría el plástico de arriba abajo.

- No sé. Lleva ahí varios días -contestó él-.

 Afortunadamente me dejó de nuevo en la mesa y me sentí profundamente aliviada.

Al día siguiente, a la hora de Lengua, la maestra entró como cada día cargada de cachivaches: el ordenador, el bolso, el archivador gordo y una insulsa bolsa gris con muy poco glamur en la que llevaba los cuadernos que había corregido el día anterior.

- A ver, antes de que se me olvide, ¿es de alguien esta botella? No se entiende el nombre;  pone... -y repitió la palabra incomprensible que había pronunciado el día anterior- "dorellín" o algo así.

Todos empezaron a reírse.

- Dorellín no, "Botellín" -aclaró Sergio-. Es la mascota de la clase.

"Es la mascota de la clase. Es la mascota de la clase. Es la mascota de la clase". La frase de Sergio resonaba en mi tapón como música celestial. Yo, una simple botella de agua, me había convertido en toda una mascota. Eso significaba que los niños y niñas me harían carantoñas, me llevarían a su casa por turnos para presentarme a sus familias, me sacarían de paseo, me comprarían un abriguito para el invierno, me harían fotos...

- Y ¿quién le ha puesto el nombre? -quiso saber la maestra-.

- Fuimos Alex y yo -aclaró Fran-. Yo lo puse en la etiqueta y Alex en el tapón.

-¡Vaya, vaya! Seguro que ella sabe todos los secretos de la clase. ¿Sabrá quién esconde las agendas en el recreo?

Pues claro que lo sé. Y muchas más cosas: sé quién pegó el chicle en la mesa del fondo, quién no se come la manzana en el recreo, quién copió la ficha de lectura porque no se había leído el capítulo de la semana, quien escribió una chuleta en la mesa para el examen de Sociales.... En ese momento caí en la cuenta: yo era una botella que sabía demasiado. Podría pasar de ser "la mascota de la clase" a "un pobre plástico aplastado en el contenedor amarillo".

Esa noche, con la tranquilidad que siempre brindan el silencio y la oscuridad, tramé meticulosamente el plan de huida que llevé a cabo el día del examen. La maestra repartió los folios y todos se pusieron a contestar las preguntas profundamente concentrados. Luego, recogió los cuadernos, los metió en la bolsa gris, justo a mi lado, y se puso a pegar en la pared un cartel de los tiempos verbales de la primera conjugación. Entonces, con sumo cuidado, me deslicé hasta la bolsa y me dejé caer en ella apoyada en los resbaladizos espirales. Al acabar el examen, la maestra se llevó todos sus bártulos a la clase de Música. Dejó la bolsa gris en el suelo y se fue pitando porque le tocaba guardia de recreo. En ese preciso instante, yo aproveché para escapar y esconderme en un recóndito lugar.

Ahora ya no soy mascota, pero vivo feliz en mi retiro, a salvo de miradas indiscretas. Entenderéis que no os diga dónde estoy, al fin y al cabo sigo siendo "una botella que sabe demasiado".

Botellín.

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